RAÍCES PROFUNDAS
RAÍCES PROFUNDAS
Generalmente, cuando consideramos las raíces de una persona, pensamos en sus orígenes familiares o culturales que nos ayudan a comprender mejor su comportamiento e incluso ciertas actitudes sorprendentes particularmente en aquellas personas desplazadas o desarraigadas.
Estudiando su árbol genealógico podremos ascender a muchas generaciones precedentes. En esto, la historia judía, en particular aquella que está impresa en la Biblia, nos demuestra cuán importante es conocer la filiación de una persona remontando de hijo a padre: hijo de un tal, el cual es hijo de un tal, etcétera. En este sentido quizás la más significativa y completa es la de José, esposo de la Virgen María. ¿Qué nos dice el evangelio de San Lucas? “Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años, y era según se creía hijo de José, hijo de Helí…hijo de Leví… hijo de David…hijo de Judá, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham…hijo de Noé…hijo de Set, hijo de Adam, hijo de Dios.” (Lc 3, 23-34).
Sabemos que todo hombre tiene como origen a Dios, quien nos creó a su imagen y a su semejanza: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra…Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.” (Gn 1, 26-27)
Para que una planta crezca y se desarrolle normalmente necesita una buena tierra y agua de riego. Así el hombre necesita enraizarse en Dios a través de esa tierra fecunda que es su Hijo hecho hombre, Imagen perfecta del Padre en quien se cumple esta profecía de Isaías: “Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. (Is 11:1-5)
De su sabiduría nos beneficiamos a través de los sacramentos de la Iglesia, en particular del Pan de Vida que es la Eucaristía, rociados por esa agua viva que nos da Jesús: su Santo Espíritu, Fuente de agua viva, pues “el que beba del agua que yo le dé, dice Jesús, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»” (Jn 4, 14)
Como “Dios es Amor” y que Él nos ha hecho a su imagen y semejanza, creceremos en conformidad a nuestra naturaleza humana amándonos los unos a los otros como Él nos ama. Su Palabra nos enseña precisamente cómo cuidar de esa planta que es cada uno de nosotros, creado a imagen y semejanza de Dios que es Amor; y de ese jardín de Edén que es toda la humanidad; “ámense los unos a los otros como yo les he amado”, pues, como dice el apóstol Juan: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (I Jn 4, 16). Así, como dice el apóstol Pablo: “unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia…Enraizados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias” (Col 2, 2-3)… “para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios”. (Ef 3, 17-19)
Padre Luis Matos
parematos@yahoo.fr