Leyendo ahora
Sean Cote es un provocador

Sean Cote es un provocador

POR Iris T. Hernández

www.iristhernandez.com | i@irist.hernandez

Ella no imaginaba que pasaría algo así, pero ha sucedido y aún no sabe cómo. Adéntrate en la trilogía erótica más hot de Iris T. Hernández y descúbrelo.”

Teníamos un trato.

Lo rompiste tú cuando no me llamaste —me rebate.

No puedo digerir lo que me está diciendo, ¿de verdad lo cree? Ha actuado así́ porque el sábado me quedé en casa y no lo llamé. Debería haber barajado la posibilidad de que alguna consecuencia traería, y no simplemente que encontraría a otra… como siempre supuse que pasaría.

Pensé́ que ya habrías encontrado a otra para que te acompañara a casa.

Tú eres la única con la que quería estar. —No me miente, lo tengo claro. Se muerde el labio inferior con una rabia y tanta fuerza que temo que se pueda hacer sangre—. Y apagaste el teléfono. —Me coge de los hombros y me obliga a retroceder hasta que topo con la pared; entonces comienza a desabrocharme el botón de los vaqueros… y gruñe—. Odio este tipo de pantalón.

Sean, aquí́ no… —Le aparto la mano y lo cabreo mucho más—. Puede venir alguien. —Le señaló hacia la escalera que está delante de mí, que lleva a la planta inferior; no quiero ni imaginar que Jeff pueda regresar porque se ha dejado algo.

No va a venir nadie.

Eso no lo sabes.

Me importa una mierda si alguien nos ve. Llevo una hora escuchando tu puta voz, viendo tu culo moverse delante de mí sin poder tocarlo. Y, cada vez que me has preguntado, me han entrado unas ganas tremendas de comerte estos labios, pero he respetado lo que me pediste, no como tú.

No me da tiempo a contestar, ya que me agarra por la nuca y me acerca hasta sus labios, que me devoran sin ningún tipo de miramiento. Lo beso como nunca había hecho; yo también estaba deseando calmar este ardor que ahora recorre cada centímetro de mi piel.

Sean, yo…

Calla. —Me agarra de las caderas sin dejar de besarme para llevarme hasta su despacho, donde me sienta sobre su mesa, aun habiendo papeles—. Odio estos pantalones. —Me quita la rebeca y la tira al suelo. Le desabrocho los botones de la camisa para poder acariciar su torso desnudo, y descubro una cicatriz que le sale de la axila hasta llegar al hombro; no me había fijado en ella antes. Sin embargo, no digo nada, sólo sigo besándolo con la misma furia con la que él lo hace, hasta que se detiene un instante para bajar a mis pechos. Me apoyo en mis codos y dejo que haga lo que quiera conmigo; ahora mismo nada me importa, sólo anhelo que me haga suya, sin pensar en nada más.

Te pienso follar duro… Te vas a enterar de lo que es un polvo de castigo.

¿Castigo? —Se me escapa una carcajada hasta que me muerde el pezón con tanto ímpetu que no sé si gimo o grito, porque ha conseguido que algo en mí se encienda de tal forma que sólo quiero que lo vuelva a hacer. Respiro forzadamente, le acaricio el pecho y me voy a acercar a besarlo cuando me sujeta las manos y las retira—. Déjame tocarte.

Ése es tu castigo; no vas a tocarme, y no vas a pedirme que pare.

No puedes exigirme eso —replico de forma ahogada, casi con el corazón saliéndome por la boca, mientras veo que, frente a mí, a apenas medio metro, se desabrocha el pantalón y luego camina hasta su americana, de la que coge un preservativo; con total premura, se lo enfunda, provocando que me desespere—. Sean, por favor… —Me dispongo a ponerme de pie, pero con una mano me advierte que no me mueva.

La última vez supiste lo que era querer más cuando no consigo lo que quiero, y hoy vas a saber quién soy yo cabreado. No te recomiendo que vuelvas a hacerlo.

¿Me vas a hacer daño? —pregunto, medio excitada, medio asustada.

Todo el que tú quieras que te haga.

No podré pedirte que pares —le recuerdo la norma que me ha impuesto, y él sonríe, lascivo, sabiendo que, sea como sea, se va a salir con la suya.

Estás empapada. —Pasa los dedos por mi sexo y después los lleva a mi boca; la abro y dejo que los introduzca, para que mi lengua los saboree… Juega con ellos, y lo miro fijamente para que sepa lo cachonda que estoy en este instante—. Ahora verás… — Mete sus dedos en mi sexo varias veces antes de penetrarme, consiguiendo un grito por mi parte—. Chist… tranquila… —Me rodea con ambos brazos y me agarro a sus hombros para recibir la segunda estocada, que está a punto de llegar—. ¡Dios! —Cierro un poco los muslos al sentir la ferocidad de su entrada; me ha dolido tanto que me he mordido el labio, pero por una extraña razón necesito que lo vuelva a hacer. Me abrazo con más fuerza, clavándole las uñas, cuando siento que retrocede y sale de mi interior para, por tercera vez, introducirse hasta el fondo, arrancándome un jadeo que no puedo controlar— . Ahora vas a saber lo que es follar duro. —La saca a toda prisa y me levanta para darme un azote en la nalga; luego, de espaldas a él, me estira los brazos sobre la mesa, por lo que tengo que agacharme, dejándole así a su disposición mi trasero, que no duda en acariciar justo antes de volver a adentrarse en mi interior—. ¿Quieres que pare? —¡No, por favor, no!

Empujo hacia atrás en busca de un contacto mayor. Me veo reflejada en el cristal de su mesa y cierro los ojos cuando noto que se adentra con tal fuerza que casi no puedo sostener mis piernas firmes y casi caigo desplomada sobre la mesa.

¿Vas a volver a hacerme enfadar? —No hago nada, sólo abro la boca para respirar, cuando me coge del pelo y tira hacia sí para elevar mi cabeza—. ¿No te oigo?

No lo sé. —Se le escapa una carcajada y yo niego en silencio sin saber por qué, sin querer contestarle que no pienso cabrearlo más porque yo misma lo ignoro. Con todo, ahora mismo no deseo que se detenga…, no quiero que deje de penetrarme y mucho menos de apretar mis nalgas como lo está haciendo—. Por favor…

¡Pídemelo tú!

Fóllame, por favor.

COPYRIGHT 2020 LUVAN MAGAZINE. ALL RIGHTS RESERVED.

Scroll To Top