Cuando sopla el viento del espíritu

Cuando sopla el viento del espíritu
El escándalo del amor
Cierto día y sobre el lago de Nazareth sopló un viento suave que poco a poco se fue transformado en huracán que arrasaría sobre todo el imperio romano de la época y terminaría extendiéndose sobre toda la tierra. Ese soplo salía de la boca de Dios dando consistencia humana a su palabra hecha carne en el seno de una virgen; su nombre es Jesús.
Al pasar por Cafarnaúm, al borde del lago, encuentra a un hombre llamado Simón que más tarde recibirá el nombre de Pedro. Entra en su casa y con un simple gesto sana a su suegra que sufría de fuerte y elevada fiebre.
Más tarde Jesús vuelve a encontrar a Simón, este hombre de temperamento fuerte y combativo como buen pescador que era, decepcionado después de haber pasado toda una noche junto con sus compañeros intentando y esperando atrapar en sus redes una multitud de peces, pero sin resultado alguno. Y, sorprendentemente ese hijo de carpintero, carpintero el mismo, invita al experto en pesca a hacer algo contrario a los usos y costumbres de los pescadores del lugar, echar las redes en pleno día. Este, movido seguramente por la buena reputación de Jesús, de la que él mismo ha sido testigo con la curación de su suegra, acepta de hacer lo que le dice y, ¡oh sorpresa!, las redes se llenan de peces al punto de necesitar el apoyo de otras barcas para poder recogerlos todos. Jesús entonces le dice “sígueme” y Simón, hombre íntegro y compulsivo lo deja todo y le sigue junto con otros compañeros de pesca. Durante tres años Simón será testigo de las obras maravillosas realizadas por Jesús: sanaciones y liberaciones espectaculares cuyo poder llegar hasta dar vida a los muertos. Es testigo de que la multitud se agrupa en torno a ellos esperando esa palabra, ese soplo de vida que sale de sus labios y los consuela.
Y Jesús no dejará de sorprenderlo e incluso de interpelarlo tanto con sus palabras, su filosofía de la vida, su sabiduría y sus obras. Así, por ejemplo, cuando les dice: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.” (Mt 5, 38) lo cual fue dado por Moisés como un principio de justicia a condición de permanecer equitativo, es decir no más que un ojo si a ti te han quitado uno. Pero Jesús añade: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames.” (Lc 6, 27-30) Lógica de un amor al prójimo que contradice la ley mosaica llamada del Talión.
Este principio que Jesús da como ley a sus discípulos el mismo la va a poner en práctica a lo largo de su vida respetando hasta el extremo a todos sus detractores, a todos sus enemigos, incluso hasta dejarse crucificar por ellos pidiendo a su Padre Dios que los bendiga porque no saben lo que hacen.
Simón-Pedro va a tener que aprender a amar como Dios, puesto que él como nosotros, ha sido creado a la imagen de Dios revelada precisamente por aquel que viene de Dios, su hijo Jesús. Tendrá que dejarse instruir por la sabiduría del creador que predestinó al hombre para que fuera santo y perfecto en el amor como Dios (Ef 1, 3-5).
Jesús rompe barreras comiendo con los pecadores, aceptando invitación a comer con un fariseo cuando estos buscan su muerte; defendiendo públicamente a la mujer adultera contra sus “justos” acusadores, enviando estos a sus propios pecados e invitándola a cambiar de vida. Da prioridad al hombre sobre el legalismo cuando se trata de sanarlo integralmente, de salvarlo.
Jesús rompe esquemas socio-religiosos de superioridad-inferioridad cuando lava los pies de sus discípulos sin dejar de ser el Maestro y Señor, lo cual perturba profundamente el sentido de la jerarquía que tiene Simón-Pedro al punto de que este, enojado, no lo acepta. Proclama bienaventurados, felices, a los pobres en espíritu, a los mansos, a los misericordiosos, a los pacíficos e incluso a los perseguidos o humillados por causa de la justicia o por causa de Él.
Jesús les dice que hay que perdonar hasta setenta veces siete lo cual en lenguaje bíblico quiere decir siempre. Esto obviamente sin renegar de la verdad pues como dice la palabra “Amor y Verdad se abrazan” (Salmo 85, 11).
Y para evidenciar que su sabiduría es sabiduría de vida y no charlatanería, cuando los enemigos de Jesús vienen numerosos y armados para apoderarse de Él y llevarlo ante las autoridades que Él sabe que le quieren condenar a muerte, y que Simón-Pedro se interpone espada en mano y corta la oreja de uno de los soldados, Jesús interviene desarmando a su amigo Pedro y sanando a su enemigo el soldado. ¿Quién comprende esto? ¿Quién desarma a su amigo y defiende a su enemigo?
Pedro, obviamente, no lo entiende, menos aún sabiendo que Jesús es el Mesías, el Señor, Hijo de Dios, revestido de poder, esperanza de todo un pueblo, Israel; y confundido en su razonamiento marcado por los límites de su fragilidad, termina renegando de Jesús a quien ama con todo su corazón con todas sus fuerzas. Después de la resurrección de Jesús comprenderá y seguirá el mismo camino que Él y como Él hasta la muerte.
Nos podemos preguntar ¿qué nos quiere revelar el Hijo de Dios en persona? Que el amor auténtico es más fuerte que el odio y triunfa sobre la misma muerte puesto que condenado a muerte y crucificado Jesús se manifestará al tercer día vivo y vencedor a Pedro y a sus discípulos.
Sin duda alguna este amor es escandaloso pero vencedor incluso de la muerte. Y bien que escandaloso ese viento del espíritu, esa sabiduría de Dios sedujo y seguirá seduciendo a multitudes de hombres y mujeres que apuestan por el amor autentico, sólido y fiel que, como lo afirma el cantar de los cantares, “es fuerte como la muerte…saetas de fuego, sus saetas, una llamarada de Dios. No pueden los torrentes apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Ct 8, 6-7).
(Artículo inspirado del libro “El Escándalo del Amor” Del P. Luis Matos)